Muchos lectores, los que no tienen tiempo de observar la asimétrica filigrana de las escamas resplandecientes, los que en su día —en su hoy y en su mañana— dirigieron y aún dirigirán su dedo hacia la biografía de Vladimir Nabokov, y hacia su obra, con sórdida y mediana sonrisa, pues no pudieron encontrar nunca en sus páginas, como era su deseo, una nínfula en el lodo, no habrán logrado entender la majestuosa humanidad de quien puede detallar las imágenes más crueles usando el brochazo del alma lectora.
Tras Nabokov han adquirido existencia los tipos imaginarios de un mundo creativo, perverso y edénico a la par, del cual el ser humano parece haber nacido biológicamente, pues todos entendemos sus palabras con cómplice claridad. Levantados han quedado para siempre seres asfixiados con alma sin aire que han perseguido el calor de otros cuerpos: íncubos que medran, súcubos que el destino ha dejado al azar, escondidos entre las hierbas de las praderas, en umbrosos bosques, en pensiones de exiliados o en moteles de carretera, donde el deseo es sed. Y en ese caos, creado por su propia literatura, el mismo Vladimir Nabokov se detiene con sus ojos de cazador de mariposas y departe unos instantes con los detalles (divinos detalles) en un acto de lenta violencia en perspectiva.
«La imaginación es una forma de memoria. Ambas imaginación y memoria son negaciones del tiempo.» (Opiniones contundentes, Vladimir Nabokov.)
Juan de Dios Morán Maestre (Cáceres, 1965). Profesor de historia en el Centro Primero de Mayo de la Fundación José María de Llanos. Entusiasta redactor de textos dispersos en revistas y periódicos o inéditos. En su juventud, aparece relacionado con círculos literarios de su ciudad como un escritor en ciernes. Ha trabajado como locutor y presentador del programa cultural «El retablo de las maravillas» (RNE), ha escrito y dirigido montajes teatrales y ha sido cofundador de la revista literaria Alfares. Desde la ONG MPDL ha participado y dirigido campañas de cooperación para el desarrollo y de educación para la paz. De aquello, hoy apenas quedan recuerdos y un puñado de recortes de la prensa local. Quizás esta sea la única obra publicada que se le pueda atribuir con cierta seguridad, hasta el momento. Aunque hay referencias a una novela, La melancolía de los saltamontes, no se puede asegurar con certeza su existencia.
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